La impostora by Barbara Cartland

La impostora by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
publicado: 1982-11-30T23:00:00+00:00


Capítulo 5

Sacha, al despertar, comprendió que no sólo había soñado en el duque, sino que había pensado en él largo rato antes de dormirse.

Todo su cuerpo parecía haber despertado a la vida con la maravilla del amor y descubrió que era más maravilloso, más sagrado de lo que había imaginado.

Su mente parecía ascender hacia el cielo y, aunque le costaba trabajo creerlo, sabía que había entregado el alma y el corazón.

«¿Cómo pude ser tan tonta, tan absurda, para no recordar que él pertenece a Deirdre?», se preguntó.

Su tristeza se hizo mayor al recordar que, para Deirdre, él era sólo un duque y no el hombre que amaba.

«¡Lo amo! ¡Lo… amo!», murmuró Sacha para sí.

Como si quisiera compartir sus sentimientos con el bello paisaje del exterior, saltó de la cama y se dirigió a la ventana para descorrer las cortinas.

El sol había salido ya y, una vez más, una luz maravillosa inundaba los páramos. El lago era un espejo de plata bajo un cielo sin nubes.

Era un panorama exquisito y ella comprendió que, sin importar lo que sucediera en el futuro, jamás podría olvidar la maravilla de la noche anterior, que viviría por siempre en su memoria unida al recuerdo de la bella Escocia.

Emily llegó a despertarla y se sorprendió al encontrarla levantada.

—¡Madrugó esta mañana, milady! —exclamó—. Toda la servidumbre comenta cuán hermoso era el vestido que se puso anoche.

Las palabras de Emily hicieron recordar a Sacha el momento en que el duque, después de palpar el encaje del vestido con los dedos, los deslizó sobre su hombro y se sintió temblar de nuevo, como cuando él la tocó.

Se vistió con lentitud, casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo; pensando, tan solo, que muy pronto estaría otra vez a su lado.

La duquesa solía bajar a desayunar; pero, si se sentía cansada, Sacha desayunaba sola.

Cuando Sacha entró en el comedor lo encontró vacío, salvo por el mayordomo que debía atenderla. Debido a que consideró que era lo que se esperaba de ella, comió un poco de avena antes de probar los deliciosos platillos, tan diferentes a los que Nanny preparaba en la vicaría.

Había truchas, pescadas en cercano río, croquetas de salmón, huevos rodeados de setas y un jamón curado en casa de aspecto delicioso.

Cuando se levantó de la mesa pensó, con cierto remordimiento, que había comido demasiado.

«Si sólo fuera un camello», se dijo, «al volver a casa no comería en una semana y así ahorraríamos dinero».

Hubiera querido poder llevar a su padre algunos de los deliciosos platillos que se servían en el castillo, y pensó en lo sorprendidos que se sentirían, tanto el duque como la duquesa, si les dijera que en la vicaría pasaban hambre algunas veces, cuando no tenían suficiente dinero para comprar comestibles.

Entonces sus pensamientos regresaron al duque, y no pudo ya pensar en otra cosa.

Comprendió que no podría verlo hasta que Tomkins lo hubiera lavado y afeitado, y hasta que hubieran hecho su cama y el sirviente le hubiera servido el desayuno.

Salió al jardín y advirtió que hacía tan buen tiempo que no necesitaba abrigarse.



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